Diario de una camisa.


Diez de la mañana: te levantas con una felicidad desbordante, tal vez nadie entienda la razón, pero tú sí.
Once de la mañana: coges esa suave camisa que solo usas en ocasiones especiales e intentas que poco a poco desaparezcan todas las arrugas que hay en ella. Mientras, tarareas esa linda melodía, a la vez que la canción, como si se tratara de tu conciencia, suena en tu cabeza.
Doce de la tarde: estás nerviosa, mil mariposas revolotean en tu estómago, el corazón late tal vez más rápido y fuerte de lo que consideran saludable.
Una, dos, tres... de la tarde: empieza el día, tu camisa sigue intacta, como si expresara la felicidad que sientes, a la vez que una enorme sonrisa afirma lo anteriormente dicho. Sin hacer casi ningún gesto, una arruga aparece en ella, solo el sentarte, el levantar la mano, el caminar; hacen que una y otra arruga estropee la perfección.
Seis, siete, ocho... de la tarde: tu pelo está alborotado, tus ojos no están tan brillantes como de costumbre, la mirada caída, los brazos con ninguna fuerza y sí, tu camisa arrugada, como si hubiese estado mojada y alguien la hubiese intentado escurrir. La felicidad de las diez ha desaparecido, lo blanco ahora es negro y lo amarillo ahora es gris. Tratas de sonreír, pero es imposible y te das cuenta de que nunca nada ha tenido sentido. Ahora, lo único que esperas es que algún día, pronto, esa camisa vuelva a ser la joya de tu armario, perfecta, lisa, elegante, tan solo para ocasiones especiales.

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