Me di cuenta de que tú no eras para mí.
¿Y qué quieres que te diga? Cuando te vi allí, con ella,
abrazándola, rodeando sus caderas con tus fuertes brazos, comiendo su cuello a
besos y hundiendo su cara contra tu pecho, sentí que no iba a aguantar mucho
más tiempo viendo aquella situación, que no era posible seguir mirándote en
aquellos momentos sin derrumbarme cada segundo un poco más. Pero por otro lado,
no podía parar de mirar, no podía dejar de saber si al fin y al cabo vuestros
labios se iban a unir formando una única persona, un único ser.
Mi corazón me decía que dejase de mirar, que no siguiese
haciéndome daño, pero en cambio mi cabeza me decía que mirase, que tal vez
entre tanta amargura quedase un pequeño resquicio por donde surgiese la
esperanza, y es que el corazón y la cabeza no se llevan bien, aunque lo
intentan. Y esperé y esperé durante un tiempo que se me hizo eterno, buscaba un
atisbo de esperanza, pero no llegó, en este caso la esperanza me dio plantón,
me dejó tirada, me olvidó, y en su lugar llegó el momento al que tanto temí. La
besaste. Vi como recorrías sus labios con soltura y sutileza y me di cuenta de
que tú no eras para mí, de que siempre las prefieres a ellas.
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